Opinión

¿En qué se está convirtiendo Europa?

El sábado me dirigía hacia una lengua de arena de más de 13 kilómetros de longitud que transcurre al lado de la costa y separa las aguas del Río Piedras de las del océano Atlántico. Para llegar hasta ahí tuve que tomar un barco de 15 minutos. Llegué una de las primeras y tuve tiempo para acomodarme tranquilamente, pero a medida que pasaba el segundero, el barco se iba llenando de otros viajeros como yo. Los cuerpos se iban juntando y las mochilas, que antes descansaban a nuestro lado, las cambiamos a los muslos propios de cada uno. El navío estaba lleno, los asientos al completo. Estábamos en el agua, acalorados, pegados y con ganas de llegar a nuestro destino. Por un momento me imaginé estar en medio del mar sin rumbo ni puerto en el que desembarcar. Me imaginé ir montada en una lancha de plástico durante horas, formando una cadena humana con otras personas que, como yo, huyen desesperadas de un país que no los trata bien. Me imaginé permanecer días en esas condiciones. Imaginé la tensión, el desasosiego, la falta de información, la sed, la temperatura, la pesadez, el miedo, la intriga y el desamparo.

— ¡Hola! ¡Hola! ¿Mujeres? ¿Niños? ¿Niñas? ¿Bebés? ¡Bienvenidos a Europa! ¡Tranquilos, no os pongáis nerviosos! ¡Por favor, no os mováis mucho, caeréis al agua! — dicen dos integrantes del barco de Open Arms mientras dan el encuentro a una dingui con más de 150 personas a bordo. Les dan un chaleco salvavidas a cada uno. Van sin nada. A pecho descubierto. —¡Gracias Jesús! ¡Gracias por mi vida! —dice una mujer mientras se pone el chaleco y sonríe, de alguna forma, a aquellas dos personas con forma de ángeles con casco que les han propinado una dosis de esperanza ante la inmensidad del mar.

El barco de Open Arms suma 151 personas rescatadas en el Mediterráneo. Todos ellos, continúan viendo kilómetros de agua tras 12 días sin rumbo ni tampoco puerto que les acoja. Abandonados por Italia, que no tiene intención de ceder. Salvini piensa en ellos, y les propone, en tono irónico -o no-, poner rumbo a Ibiza para que se lo pasen mucho mejor. Malta también se pone de perfil y mira por la rejilla. A esta suma de negativas, España no asume su responsabilidad política. De hecho, a Jose Luis Ábalos, ministro de Fomento, le molestan los «abanderados de la humanidad». Unos abanderados que hacen lo que las administraciones no desempeñan en el Mediterráneo: salvar vidas humanas. Y ahora su gobierno, que debería ser también el nuestro, ni solicita ni activa un mecanismo para coordinar el reparto de las personas que van abordo. ¿Cual sería la solución previa para que no viviéramos la encrucijada de tomar una decisión como ésta? Quizás si estos abanderados no estuvieran allí, no hubiésemos visto la situación que ocurre en el Mediterráneo. Gracias a la labor de esos humanitarios, miles de personas pueden ser acompañadas y reconocidas en su dignidad y en sus derechos. Gracias a esos abanderados ponemos rostro, nombre e historia a aquellos que no sumarán una muerte más en el mar.

Es triste darse cuenta que los corazones más vacíos no están a flote, sino en tierra.

¿Y qué dice la Unión Europea? Cierra los ojos. Cierra las puertas. Habla en un infame silencio. Mira de lado y sin criterio. ¿Cómo se actúa ante un tema como éste? Lamentablemente no es la primera vez. Entonces, ¿cuál es el criterio a seguir? ¿Una cuota a pagar por las personas que huyen de una situación de guerra? ¿Posibilidades para que determinados países traigan a personas a Europa? ¿La migración controlada? ¿Una política preventiva? Lo que sabemos es que tras 11 días las 151 personas que están a bordo del barco de Open Arms siguen esperando lo que pueda opinar uno u otro país. Europa demuestra, una vez más, que es un conjunto de intereses, no es un proyecto político. Es también un deber ético de la Unión Europea y sus estados miembros arbitrar respuestas eficaces y respetuosas con los Derechos Humanos ante estas situaciones. La falta de respuesta supone un incumplimiento incuestionable de los acuerdos internacionales y una grave responsabilidad por omisión ante las muertes que se puedan llegar a producir ahora y en el futuro.

Y no se crean que hablo de caridad, sino de derechos. 151 personas que van a la deriva, sin rumbo fijo, destinadas a llegar a un puerto, o no. 151 personas que han sido rescatadas en el mar. Porque dejamos de hablar de migrantes, inmigrantes o refugiados. Hablemos de vidas humanas en peligro. Hablemos de la valentía de esas personas al cruzar el mar para buscar un futuro mejor. Hablemos de ellos, esos héroes que están donde nadie les ha llamado, pero que están salvando vidas humanas que nadie salva. Porque debemos estar ahí, porque aunque no llamen sabemos que van a emprender el viaje, de una u otra forma lo conseguirán. Las mafias también tienen su trabajo, la desesperación te hace pagar aquello que te exijan para cruzar el Mediterraneo. ¿500? ¿600? ¿1000 euros? ¿Pero quieres ir arriba o abajo? Abajo es más barato pero tienes el riesgo de morir asfixiado por el dióxido de carbono que desprenden las máquinas. Entonces mejor arriba. Pero no puedes pagarlo, debes ir abajo. ¿Entonces? ¿Acepto el riesgo? Quiero escapar.

Y sí, también estoy contigo, tú que piensas que la respuesta tiene que estar allí, en el país de origen, en el otro lado. Pero ante un caso de extrema necesidad, Europa, nuestra Europa, debería actuar ya que tanto presume de tener principios y valores firmes y conjuntos. ¿Os imagináis? ¿Cómo nos vamos a mirar en la próxima edición de Eurovisión? ¿Sonrisas y abrazos por lo buenos que somos y la fraternidad que vivimos entre todos?

Falsedad.

En este vaivén que es la vida, parece que el mar es el único que mece los sueños de aquellos que aspiran un vida en paz.

Y tú, aquel que nombra el miedo a que nos quiten el trabajo, a que suba la delincuencia, a que nos roben, a que utilicen la seguridad social a su antojo. Tú, no construyas cultura del odio. No seas tú el causante, por favor. No construyas una cultura donde la diferencia sea como en el juego de ajedrez: blancos y negros. Porque esto no es un juego, porque de este odio, y de las próximas muertes serás responsable tú y el gobierno que propicia que esto sea así. ¿Van antes las necesidades de las personas o las del Estado? Europa, estados miembros, vuestra falta de empatía os hace aún más culpables.

Es triste darse cuenta que los corazones más vacíos no están a flote, sino en tierra. Es horrible que unos tengan cálidos brazos y otros puertas frías y cerradas. Es incomprensible que un mundo premie a unos y castigue a otros por haber nacido en un lado u otro del mar.

De momento, en este vaivén que es la vida, parece que el mar es el único que mece los sueños de aquellos que aspiran un vida en paz. Parece que el mar es el único que abraza la tempestad de las olas humanas. Parece que el mar, finalmente, es el único que alivia, con sus ondas, la voracidad de un mundo que muerde.

Al mar. El mar. Amar.

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