Opinión

Se trata de personas

Hace algunos meses me encontraba delante de una mujer de afilados colmillos. No había sido nunca una pantera, pero tuvo que sacar sus uñas ante un sin fin de hombres. Esta mujer había sido violada, para después ser vendida a una mafia que la obligó a ejercer la prostitución. No tenía dinero, y con tal de salir con vida de ese atolladero, decidió venderse, sin saberlo, para salvarse. Cuando me mira, siento que lo hace la mayor de las depredadoras, la fortaleza hecha carne. Una mujer poderosa que mira, por fin, a los ojos de quien la escucha, ya que durante mucho tiempo no pudo hacerlo. Y aún sus pupilas se avergüenzan cuando recuerda lo vivido.

Felina estuvo a punto de desaparecer. En su venta, se despojó de todo aquello que había conseguido a sus 18 años de vida: su moralidad. Mientras me contaba su historia, con una leve sonrisa para no caer rodando, consigo aislarme por un momento y pienso en ese instante pero en otro lugar. Me imagino a todas esas mujeres a quienes otros le han propuesto un trato con su cuerpo y su intimidad.

Engaños y amenazas. Si no lo haces, tu familia cae. Captadas en esa red humana de chantaje y conmoción a martillazo. Promesas de futuro esperanzador. Golpeadas, martilleadas brutalmente, la invasión de sus cuerpos al antojo de otros, humilladas, insultadas, desaparecidas, vigiladas las 24 horas, condenadas a acabar en el vacío.

De mano en mano, de amo en amo. Cuando acaba uno empieza otro y ellas, ellas se sienten basura. Tiradas, acuchilladas, al límite de no sentir nada. Perdidas, desorientadas, sin saber quienes son ni hacia dónde van. Pérdidas que no se pueden medir. Desprotegidas del sistema. Y ellas no tienen un teléfono al que acudir. Amiga, amigo, papá, mamá, hermano, hermana, ven a buscarme, te necesito. Me dicen que si lo hago te salvo, pero te lo ruego, sálvame tú a mí.

Se trata de personas

Un mujer, niña, adolescente, deja de ser persona para convertirse en objeto. Una mercancía que va y viene de mano en mano. Usada, vendida, de tercera mano, cuarta, quinta o quién sabe cuántas. Felina se despojó de su nombre y su apellido para bautizarse Frida, porque cree que con ese nombre jamás podrán olvidarla.

Frida era hija, madre, tita, amiga, compañera, esposa y novia. Pero pasó de tener todo a nada. De ser ella a ser objetivo. Material de ida y vuelta al antojo de otros. Frida dejó su libertad, su cuerpo, sus sueños, su vida. Todo esto lo dejó por sobrevivir, por desear un futuro mejor, por creer en promesas y pasar por la extorsión y las amenazas. Pero es ilógico que para sobrevivir tuviera que poner en riesgo su vida. Ella producía dinero, ella trabajaba, hacía en beneficio de otros que se enriquecían en desmedro de su humanidad, en la pérdida de su dignidad. Ella pagaba con su libertad los bolsillos de otros.

Frida no murió. Vivió el infierno y a nadie le importaba. Hasta que la sacaron de esa red de tráfico de personas en la vivía. El crimen está organizado, los grupos están formados, el negocio sigue presente. Y esto es un problema internacional, porque no hay fronteras ni barreras y los malos ya se conocen los trucos para pasar de unas a otras sin que nadie se dé cuenta.

Frida es una de las 225.000 personas que según la ONU han sufrido un delito de Trata de Personas entre 2003 y 2016. De éstas, el 72% son mujeres y niñas que son utilizadas con fines de explotación sexual. En 1948 se consagró la dignidad de las personas, los derechos humanos y la igualdad entre hombres y mujeres con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Se trata de personas, no de mercancía.

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