Me detengo en el banco que está al lado de mi casa para observar la vida pasar delante de mis ojos. Por una vez sin cascos, ni gafas que tiñan la realidad con algún velo negrizo. Observo a los niños que van y vienen a su antojo. Otros, más precavidos , aún esperan la mano de sus respectivos padres para cruzar la calle.