El sábado me dirigía hacia una lengua de arena de más de 13 kilómetros de longitud que transcurre al lado de la costa y separa las aguas del Río Piedras de las del océano Atlántico. Para llegar hasta ahí tuve que tomar un barco de 15 minutos. Llegué una de las primeras y tuve tiempo para acomodarme tranquilamente, pero a medida que pasaba el segundero, el barco se iba llenando de otros viajeros como yo. Los cuerpos se iban juntando y las mochilas, que antes descansaban a nuestro lado, las cambiamos a los muslos propios de cada uno. El navío estaba lleno, los asientos al completo. Estábamos en el agua,…