Los bolígrafos bailaban sin tapa sobre la mesa, las notas amarillas ocupaban cada hueco de la agenda semanal, el café, ya frío, esperaba a ser recalentado al día siguiente y el ordenador, ahora sí, pedía su última actualización. Me disponía a recoger los últimos retales de papeles que había cortado minutos antes cuando sonó mi teléfono. -¿Sí?- logré decir, mientras recordaba la de veces que me habían dicho que no dijera la maldita respuesta afirmativa al contestar una llamada desconocida. Al otro lado, una voz inquieta, pero a la misma vez tímida y delicada, me habló con un tono muy apagado. – Hola… ¿hay alguien ahí?
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¿Y tú, en qué mundo quieres vivir?
¿En qué lugar del mundo vivirías si tuvieras la potestad entre los dedos de tu mano? A mí, de primeras, me encantaría vivir en un sitio acorde con aquello que reconozco como justo. Un ‘buenos días’ en la escalera, un ‘gracias’ cuando no hay porqué, los pájaros sin jaulas, los zoológicos en libertad, el silencio decidido, la igualdad sin color, el amor sin complejos, la amistad sin intereses, el consumo lento, el campo verde, los mares sin plástico, nuestro paso limpio y sereno. Un lugar libre de tóxicos, personales, ambientales y nutritivos. Una sociedad consciente y no borrega. Una política bondadosa y sosegada. Me gustaría vivir en una tierra que…