Una ciudad que mantiene vivos a los guardianes del conocimiento es una ciudad a la que le importa la cultura de su vecindad
El juego de excavar nuestras raíces para conocer lo que fuimos, comienza con el minucioso movimiento que produce la rasqueta al contacto con la tierra. Como si fueras una niña en un trozo de arena sedimentada, poco a poco descifras que aquello que pules con delicadeza es una historia añosa que habla a gritos de nuestro presente. El Irak del 530 a.C. fue la semiente del sismo cultural y social que nos inundaría más adelante. Los museos han sido los encargados de preservar y difundir el legado del arte, la cultura y la historia de todas las épocas, han sido los responsables de la democratización de los saberes y se han convertido en una parte esencial de nuestras vidas. El museo de Ennigaldi-Nanna, hija del último rey del imperio neobabilónico, es considerado por el gremio de la arqueología como el primer museo de la historia. La princesa Ennigaldi ardía en deseos de reconstruir la historia de sus ancestros y comprendió que recopilando y estudiando artilugios antiguos podría llegar hasta ellos. Pero no siempre la cultura ha sido asunto del pueblo. La Revolución Francesa intentó liberar el arte abriendo las puertas del Louvre a toda la población, permitiéndoles acceder a las colecciones aglutinadas por la realeza. Pero mucho antes del museo francés, el Museo Ashmolean en 1683 abrió sus puertas a todas las personas que quisieran descubrir la extensa recopilación de Elias Ashmole, un hombre de grandes conocimientos que legó una gran cantidad de antigüedades y objetos.
Con la aparición del entretenimiento y la soberanía de la clase obrera, los museos fueron los encargados de proteger la sabiduría del pasado, el legado no apreciado, las voces vetustas que dejaron huella en la tierra, las audacias que pergeñaron, los artilugios que fabricaron, la comprensión del mundo, la forma de sus huellas, la manera de sobrevivir y las gestas que trazaron el devenir de nuestro presente. Resulta crucial conocer lo que habita debajo de nuestros pies. Algo que parece exánime pero a la vez tan vivo. Silente, pero tan ruidoso al mismo tiempo.
Una ciudad que se preocupa por mantener vivos a los guardianes del conocimiento es una ciudad a la que le importa la cultura de su vecindad. Una urbe que invierte en conocer su pasado y su presente, es porque entiende que ambos influyen en su mañana. Pero de la mano debe caminar una ciudadanía que ocupe estos espacios, que cuide su identidad cultural, que dialogue con su pasado, que cultive de una vez el amor por el saber. Vivimos en una tierra rica, en la que convivieron diferentes pueblos y lenguas. Despojémonos de lamentaciones absurdas y valoremos aquello que fuimos para intentar superarlo. Nos queda mucho por aprender, mucho por indagar. Acércate al templo de tu ciudad y descubre el gran legado que te deja inmóvil ante la inmensidad de la historia.
Columna publicada el 17 de febrero 2021 en Huelva información.