El cierre de la cremallera taladró la cabeza dubitativa de Afla. Sintió cada pistón como si fueran pequeñas agujas que jugaban distraídas con su futuro. Hacía ya semanas que tenía lista su maleta, siempre detrás de la puerta. Miró a su hija, aún entre musarañas, y reconoció el miedo desbordando sus profundas pupilas que aún no llegaban a comprender la magnitud de la situación. Su risa juguetona se mezclaba con los estruendos de las calles.
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Yo también quiero soñar
Me detengo en el banco que está al lado de mi casa para observar la vida pasar delante de mis ojos. Por una vez sin cascos, ni gafas que tiñan la realidad con algún velo negrizo. Observo a los niños que van y vienen a su antojo. Otros, más precavidos , aún esperan la mano de sus respectivos padres para cruzar la calle.