Esta semana media España ha iniciado su primeriza andadura por esta denominada primera fase, amada por muchos, temida por tantos. El 51% de la población comienza esta etapa con muchas dudas, sintiéndose cobayas de un experimento sin precedentes. Esta semana muchos de nosotros hemos podido celebrar que tenemos luz verde para ver a nuestros familiares y amigos. El día previo al paso de fase, innumerables WhatsApps viajaban por la red, enérgicos y entusiasmados, queriendo saber cuándo nos veríamos y cómo lo haríamos. —¿Un paseo por el centro? ¿Una merienda? ¿Una cerveza en el bar? ¿Paella el sábado? —preguntaban los inseguros. Algunos respondían ansiosos: «¡Mañana mismo! ¡Me apunto! ¡Lo que queráis!». Otros como yo, éramos mas reticentes a pronunciar un ‘sí’ seguro y conciso.
Pero ese no ha sido el único motivo de festejo. Muchos hosteleros y hosteleras han comenzado a respirar viendo que sus terrazas pueden volver a la normalidad —a la mitad— y comprobando que, afortunadamente a muchos les quedan ánimos, después de todo, para ir a tomar una cerveza con el sol de primavera.
—¡Qué ganas tenía de una cervecita bien fría! —Dijo la cabecilla del grupo.
—¡Qué bien que podamos estar todas! —Suspiró alegremente su amiga.
—Bueno… Juan se ha quedado fuera. —Le respondió un poco apenada.
—¿Y eso? ¿No ha querido venir? —Preguntó extrañada.
—Era el número 11. —Respondió tajante.
Es una buena noticia pasar de fase, que los casos disminuyan, que la crisis, cohibida, progrese hacia un futuro esperanzador y que los bares y restaurantes de nuestros barrios comiencen a ver luz después de un periodo de oscuridad, en el cual, la incertidumbre y las dudas se agolpaban cada día en la almohada antes de ir a dormir. Es una alegría que las pesadillas dejen de visitar, con cautela, los sueños de estas personas, que durante dos meses han sido asistidas por un ser con guadaña que les amenazaba, con prolija delicadeza, con cerrar el negocio y dejar desamparadas a sus familias.
Pero ahora, ese ente sin rostro, me acecha a mí cada noche y me amenaza con mil preguntas que no quedan respondidas en las diarias ruedas de prensa. Porque en lo que tengo dudas, es en que sepamos administrar con responsabilidad las libertades que nos han otorgado. Porque es normal que pensemos en los ojos que hace dos meses que no vemos, en el calor de los brazos que hace más de 60 días que no nos arropan y en los besos sanadores que, a día de hoy, no nos han curado la enfermedad. Pensamos en nuestras amigas, porque no es lo mismo, no hablamos de la misma manera, porque aunque gustosamente las escuchemos, estamos cansadas de los audios de 10 minutos, de llamadas que se entrecortan, de imágenes que no huelen, de besos a la pantalla. Y es normal, que queramos de nuevo tocarnos, romper los dichosos metros de seguridad que nos aconsejan, celebrar el cambio de fase con una reserva en el mejor restaurante de la ciudad.
Pero esto no es aún la normalidad. La normalidad no es conocer el dato de las muertes diarias de mi país, recién despertada, como si de un un ranking macabro se tratara. Nunca me asustó la libertad, ni tampoco la conquista de derechos, pero no os niego que siento miedo por la bravura que algunos experimentan. Por el poco respeto que insinúan. Por las terrazas llenas de grupos riendo, hablando, gritando, todo por supuesto, sin protección alguna. Por la gracia que sienten muchos al decir «anda, pues si me contagio, me contagio, así lo cojo y ya está». Frases que no ven las consecuencias futuras de su entorno. Siento miedo por los alardes de » es que ya no aguanto más» como si yo no me subiera por las paredes por no haber abrazado aún a los míos. Porque todos, aunque no quieras ser rebaño, estamos sintiendo lo mismo.
Ahora que volvemos a las tiendas, a hacernos la cera, a las peluquerías, a comprar en pareja, a las playas y a ver a nuestras familias, no sé si estaremos listos para afrontarlo con responsabilidad hacia los demás. Es como si lleváramos dos meses sin comer y ahora, nos dan un pan caliente para el almuerzo. Es normal que acudamos con ansia y alegría, y sin preguntar mucho, por si acaso. Pero tenemos que despertar, y darnos cuenta de que nos han dado el meñique y vamos ya por el hombro.
Espero que no se me haya malentendido. Celebro el cambio de fase, la evolución, los pocos contagios, la vuelta, poco a poco, a la rutina. Celebro tener la libertad de ver a mis amigas y a mi familia, celebro el poder tomarme algo como antes en una terraza y poder ayudar con mi gasto al comercio local. Pero me llegan dudas, muchas dudas, porque no sé las consecuencias de todo esto. No sé si estaremos preparados para afrontar esto de manera global y contestar con una respuesta unánime, pensando más allá de lo que quiero hacer porque me apetece aquí y ahora. Viendo la profundidad que tiene la punta del iceberg.
Y sí. Estos días no han sido fáciles. Hemos vivido momentos que han requerido de esfuerzo, responsabilidad y disciplina por nuestra parte. Y esto no se nos puede olvidar. Ahora, más si cabe, habrá más personas fuera, más sitios abiertos y más posibilidades para que el bicho se cuele por el sitio que menos pensamos. Por eso, cuando estéis comprando, tomándoos una caña, un café, saliendo a pasear o haciendo deporte, no penséis solo en vuestra salvación o indudable inmortalidad, si no en el que pasa por vuestro lado, o en el que vendrá después y caminará justo por el sitio en el que habéis dejado el estornudo.
Necesitamos avanzar, no hay duda. Pero que no se nos olvide: eso sigue ahí. Hagan su vida, disfruten de sus libertades, pero por favor, protéjanse, sean cautelosos, prudentes y responsables. Hay profesionales que lo siguen dando todo por nosotros, no podemos permitir que repitan lo vivido. En la salud y en la enfermedad, amen, sin tilde.
2 Comments
Delia López
Las fases ya se las aplicaron la mayoría por su cuenta desde el principio del confinamiento. Éste pequeño simulacro de vida normal, no va a traer más que problemas. Cierto que hay sectores de trabajadores muy afectados- hoy no trabajo, no como- . Vamos a aparentar normalidad, antes de que linchen a los » presuntos culpables». Somos egoísta, egocéntricos y narcisistas y mientras que los muertos no sean los nuestros, no los pasamos todo por el forro
Peña Monje
Hay que apoderarse de empatía y solidaridad para actuar de manera coherente. La realidad nos lo está pidiendo.
¡Gracias por tu comentario! Un saludo.