Después de un arduo curso escolar, el verano auguraba mañanas calurosas a orillas del mar acompañada con el rasgueo del pasar de las páginas. Aquellos textos venían recomendados por hechiceras que creían que esas centenas de cuartillas podrían entretenerme, enseñarme o, quizás, transformar el curso de mi vida.
Años más tarde, los libros también me acompañaron en momentos de soledad y desequilibrio, en países que desconocía y en situaciones que me empujaban a la sima. Pero al abrir sus páginas, sentía que siempre habría una frase esperándome para salvarme. Los libros tuvieron esa poderosa capacidad para aliviar la incertidumbre y llevarme a otros lugares que me protegían. Entre sus hojas descubrí historias fabulosas, personajes sorprendentes y heroínas que empoderaban mi tímido caminar.
Ya en el siglo I a.C. Ptolomeo I entendió la importancia que tenían aquellos pergaminos. Por eso mandó ejércitos enteros a capturarlos y quitárselos al enemigo. Así comprendió que el conocimiento significaba poder. En un inicio, los libros nacieron siendo el privilegio de unos pocos, pero poco a poco, nuestros predecesores consiguieron que estuvieran al alcance de manos humildes y obreras. En el 1932 Lorca creó La Barraca, un grupo de teatro que tenía el objetivo de acercar a los rincones más olvidados y pobres de España las obras del teatro clásico español. A día de hoy, aún quedan recovecos donde al libro le cuesta más llegar: la cárcel. En nuestro país, según Acope el sistema penitenciario está diseñado para los hombres porque son mayoría: 92,48%. Las mujeres representan solo un 7,52% de la población reclusa y cumplen condena en una de las 69 prisiones que hay en España. De éstas, solo 4 son de mujeres, el resto son módulos de mujeres en prisiones de hombres. Ante la desigualdad, siempre hay destellos que iluminan la lobreguez que nos adormece. Y por eso nació A las olvidadas, una iniciativa transformadora que lleva libros dedicados a todas las cárceles y módulos de mujeres de España. Libros que no van a las bibliotecas generales, sino que se hospedan en los propios módulos, dándoles la intimidad que el ritual de lectura necesita. La dedicatoria es cardinal, ya que significa el aliento que impulsa, el abrazo que arropa, la caricia que sana, la confianza que necesitan, el te espero fuera y la demostración de que alguien ha pensado en ellas.
Hay errores en la vida que se pagan. La cárcel puede llegar a deshumanizar pero parece que esas líneas devuelven destellos del calor perdido. Existen libros para remitir las cadenas mentales. Libros para curar las heridas pútridas. Libros para transformar la realidad que ahoga. Como dijo Cortázar, parece que los libros se han convertido en el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquila. Quizás, para ellas, ese libro les dé la oportunidad de imaginar y, cuando aparten las pupilas de sus líneas, darse cuenta que les queda un día menos para mirar al horizonte.