El otro día fui a comprar una máscara de pestañas para regalarle a una amiga. Cuando entré en la tienda la vendedora se abalanzó sobre mí, ofreciéndome un abanico desmenuzado de productos, no solo para las pestañas, sino también para mi pelo, mi piel, mis ojos, mis manos, incluso, mis futuras arrugas. -Esto te alarga hasta el infinito- me dijo. -¿Y esto? Parece que no te has echado nada. Esto realza tus labios aumentándolos de talla- culminó. Al final le compré el rimmel a mi amiga, pero también me llevé otro para mí. Un tratamiento de 30 días que, por lo visto, hará que mis pestañas luzcan un poco más largas cuando finalice. Me gusta cuidarme, reconocerme, gustarme cuando me miro al espejo, sentirme bien conmigo misma. Mimar mi templo, interno y externo.
Pero, que yo me cuide, ¿depende solo de mí? ¿O interviene alguien más como la sociedad, la cultura, las marcas de cosméticos o la publicidad engañosa? «Cuídate o te saldrán arrugas», «lávate todos los días la cara», «pintada estás mejor» «cómo pintarte para la noche», «cómo para el día», «cómo si tienes más de 30», «cómo si tienes más de 50», «qué no debes hacer si eres morena», «qué jamas deberías hacer si eres rubia», «mirada felina en 3 minutos», «cómo conseguir el color de labios de Jennifer López», » aprende a usar el iluminador y brilla como nunca». Un sinfín de productos, muchas oportunidades y demasiadas necesidades que se abren ante nuestros ojos. Y, qué demonios, las queremos todas.
«Ahora pienso que el maquillaje es un arte, una paleta de color y formas que puedes usar a tu disposición».
Hace ya algún tiempo que empecé a preguntarme cómo me sentía más cómoda. ¿Con o sin maquillaje? Y es que a veces somos criticadas por no pintarnos, porque damos mala imagen, porque «ay que ver que te tienes que cuidar», «podrías estar mucho más guapa si te arreglaras un poquito», ¿Has probado a ponerte algo de colorete?». Otras tantas, somos criticadas por lo mucho que nos pintamos, porque «es que estás escondiendo lo que eres, estás engañando a los demás, no eres natural». Pero, ¿quién lo es realmente?
Quizás sea un factor psicológico. Quizás, en este mundo de la imagen que nosotros mismos nos hemos inventado, queremos parecer siempre perfectos y tener un filtro permanente. Por eso nos tatuamos la raya del ojo, o nos hacemos una extensión de pestañas. Aunque después se nos quede algo entre los dientes, tengamos la camisa arrugada, alguna línea de expresión de más, pelo de menos y nuestra nariz no sea todo lo bonita que deseemos. A veces nos crea inseguridad estar con nuestro grupo y si todas tus amigas van maquilladas, te puedas sentir menos por no estarlo. Y debería ser igual de válido siempre y cuando seas tú la que lo decida. No me gustaría que, pintarme, cuidarme el pelo o depilarme se convirtiera en una imposición que la sociedad me marca. Aunque a veces no lo podamos controlar porque ya está intrínseco en nuestra naturaleza artificial. Porque no seríamos libres, y se trata de serlo, ¿verdad? Como ponerte pelo, o tetas, o pegarte las orejas al cuello. Creo que vamos un paso más allá cuando dejamos que el físico nos afecte de manera psicológica, haciéndonos creer -con la irrealidad del mercado- que somos menos que un anuncio.
«Hay que quererse muy bien para no dañarse en este mundo que, a veces, está plagado de odio».
Yo me lavo todos los días la cara antes de dormir. No me maquillo la piel porque justamente ahora estoy en un momento de mi vida en la que no me gusta tapar mi piel con nada. Porque me la veo bonita, suave y lisa. Me gusta pintarme la raya porque favorece mis rasgos y mis ojos oscuros, me gusta echarme una máscara de pestañas porque realza mis curvas, y me gusta usar un brillo para favorecer a mis labios. A veces hago todo esto, a veces salgo con la cara lavada y nada más. Hubo un momento en mi adolescencia en el que esto era impensable. Si me salía un grano, me lo tapaba, si notaba que a mi cara le faltaba luz, me echaba algunos polvos de colorete para verme de otra manera. Y eso, en aquella etapa me hacía sentir bien, aunque de algún modo escondiera mi verdad. Ahora pienso que el maquillaje es un arte, una paleta de color y formas que puedes usar a tu disposición. Un arcoíris en tus párpados, una calidez en tus labios. Una oportunidad para renovarte, verte diferente, ser creativa con tus facciones y con tu mirada. Quizás en un futuro quiera esconder mis arrugas o mis canas, porque eso me haga sentirme mejor conmigo misma, más cuidada, más acorde con mi realidad. A lo mejor no, quizás vea que mis facciones son bonitas porque significa que sigo creciendo y que mi pelo sombrío denota vida que dibujo día a día en el camino. Todo cambia.
No creo que se sea más femenina si uso maquillaje o masculina si no lo uso. Es algo más. Como una camiseta que me realza el cuello, los brazos o el escote. Como un pantalón que te marca el culo trabajado en el gimnasio, como una gorra que te tapa la calva. Como seres de imagen que somos. Hay que quererse muy bien para no dañarse en este mundo que, a veces, está plagado de odio. Hay que saber quienes somos por dentro si nos quitaran la percha. Hay que saber qué se quedaría si nos sentásemos a conversar con alguien en un banco sin mirarnos. Hay que saber bien con qué contaríamos si apareciéramos, de repente, en la novela de Saramago, Ensayo sobre la ceguera. Y que todo lo demás esté porque quieres que esté. Porque te hace feliz y segura, no porque dependas de ello para serlo.
Con esto, os animo a que os preguntéis quienes sois, con qué os sentís más cómodas, porqué os pintáis, qué os hace estar bien, lo que necesitáis para ser feliz en vuestro día y que, sin embargo, os está sobrando. Abogo por encontrar una armonía con tu cuerpo, con lo que eres, con tus facciones, tus expresiones y tu piel. Porque no creo que sea mejor ni peor usar maquillaje, de cualquier tipo, siempre que lo quieras y lo decidas por ti misma. Porque con este artículo he valorado lo importante que es para mi salud mental reconocerme en cada espejo, sentirme bien conmigo misma, con o sin. Sacarme partido el día que quiero. Pintarme como quiera porque me apetece. Cuidarme el pelo para que luzca bonito. Ponerme un pintalabios rojo, rosa o azul. No ponerme nada porque todo me sobra. Y que todo esto sea decisión mía. Me gustaría que ninguna ocasión, ningún contexto, ningún protocolo, ninguna persona -tampoco yo misma- haga que me ponga o me quite algo por el echo de ser mujer. Porque lo soy siempre. Con o sin aditivos.