Opinión

Un llanto descolorido

Como un chicle que se estira, cada vez más alejados, cada vez más desgastados, cada vez más infectados. Odio y guerra, una rabia que nos devora, un bicho malo que se nos mete por el cuerpo y nos retuerce los ideales, alaridos de repulsión hacia la mayoría, aunque la mitad de ella no salga de la casa de sus ideas por miedo o simple negativa.

El fuego pasea victorioso, y no solo por tus calles, si no por los ojos de aquellos que miran de frente a la cámara. El ruido le ha ganado el pulso a la razón, dejándola moribunda y con unas cuantas migajas de esperanza. La gente ve rugir el ruido en sus bocas, el aliento está podrido y los aullidos infectados.

«Si me alejo, mi país uno de esos barcos que se hunden en el océano».

No sé qué pensaría el mapa que marca nuestra consciencia más primitiva. Aquellos de la caverna, que dibujaban cuando no sabían que lo hacían, que dejaban legado sin saber qué dejaban, que vivían sin preguntarse dónde ni para qué. Qué pensarían las fronteras si tuvieran sentimientos. ¿Dónde se quedarían? Si son el centro de los lados. ¿Quién nos dibujó? – preguntarían

Y así, catalanes, resto de españoles, catalanes que se sienten españoles, catalanes que se sienten catalanes, catalanes que no se sienten españoles, siguen, seguimos, estirándonos, rindiendo homenaje a una vida que compartimos, desquebrajando la sensatez de la convivencia establecida, rompiendo puentes.

«Independentismo, qué nervio te recorre las entrañas, cuántos colores a tus espaldas».

Si me alejo, mi país parece uno de esos barcos que se hunden en el océano. Dentro de él, la soledad de los corazones sin vidas se debaten entre seguir de pie, aguantando hasta caer o, tirarse al mar esperando que haya un salvavidas que les dé cobijo. Pero también están los que se quedan en el precipicio, con el juego de todos contra todos, de los sálvese quien pueda, de los o aquí  o allí. Y así se pierde el sentido común, y los espacios de encuentro, y el oído para la boca que lo necesita, y la boca para aquellas gargantas que se desgañitan. El mar está embravecido porque hay caos después de que un maremoto ruja y destruya el orden establecido.

Independentismo, qué nervio te recorre las entrañas, cuántos colores a tus espaldas, me encuentro con quien te defiende, con quien te quiere y te desea. Amigos que se gritan por las pantallas de sus móviles, unos defienden, otros inquieren, otros que la culpa es de la policía, los otros que por qué no hay huevos, otros que son ellos, otras que los independentistas, otras que los radicales, otras que  con estas frases fomentamos el odio hacia el pueblo, otros indignación y otros, como yo, simplemente callamos, porque no tenemos ganas de seguir gritando, ni opinando. ¿Y esto qué es entonces? ¿Esto? Esto es un llanto.

«Los puentes, deberían conducir hacia la empatía».

Un llanto porque me reconozco en el que grita pidiendo clemencia, en ella que tiene miedo por su país, en él, que no sabe cómo manejar la situación, en ésa que no quiere salir de casa, en el que no puede más, en ella que sufre las consecuencias, en él, que no puede justificar algo que tenga como denominador la violencia, en ella que pide libertad de expresión, en él, que soluciona la violencia con más violencia. Y cuando me reconozco, me voy conociendo un poco más, y desde esta esquina de mundo desde donde escribo estos párrafos, me doy cuenta que me reconozco porque es mi tierra, mi tiempo, porque soy hija de este país, porque me reconozco en mujeres y hombres que viven conmigo, porque compartimos tierras, y como terreno, hay que labrarlo con mimo para que crezcan nuevos brotes de luz y esperanza.

Nosotros, solo nosotros, somos los que decidimos qué metemos dentro de esa boa asombrerada, y sin bandera. Ojalá que acabe el llanto y que encontremos aquello que nos envenena para que así, por fin, podamos reconocernos por dentro.

Las banderas del corazón no entienden de colores. Los puentes, deberían conducir hacia la empatía.

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