Mi abuela, sin hablar, hilvana las costuras que la vida le ha ido dejando. De manera laberíntica, junta cada uno de los hilos formando una urdimbre impecable de colores y texturas.
Mi nonagenaria abuela, hija de la fragilidad de un tiempo marcado por la discordia, conoce el arte del tejer la vida, un poder que utiliza para aunar a los suyos con el pegamento de sus eternos ojos grises. Con la mano derecha, prodiga destreza con una aguja fina y delicada que utiliza para ligar cada hebra, mientras que con la izquierda mece el paño que acarician sus dedos marcados por el tiempo. Como si fuera una Moira griega, la hilandera de mi casa ha entretejido su vida en una constante labor de unión, aguante y resiliencia.
Mientras la observo, pienso en el caos azaroso que nos rodea. Reflexiono sobre la importancia de tener una figura que cosa de manera delicada cada una de nuestras adversidades. Como Atenea, diosa del tejer, nosotros también tenemos que deshilar las historias que nos contaron para construir otras completamente diferentes. Deberíamos dominar el poder de reconstruir discursos estereotipados y conquistar, de nuevo, aquellos valores que nos siguen uniendo como sociedad. Y para eso, a veces, se necesitan filamentos nuevos, diferentes hebras policromadas de distintos tamaños y grosores. Aprender de Ariadna, que guió con sus hilos a Teseo para que saliera con vida del laberinto. Porque a veces, nuestras conversaciones se convierten en arduos nudos, que hay que saber deshilachar con el alfiler justo para no pinchar. Porque cuando la terca ceguera se apodera de nuestros discursos, nos deshace por dentro y necesitamos conocer la puntada justa que entreteja una urdimbre social fuerte y comprometida, con fibras cargadas de respeto, empatía y tolerancia.
Me gusta pensar que vivo en una comunidad que decide, de manera colectiva, no abandonar el deseo de entendernos y conocernos, aun en nuestra compleja diferencia. Una sociedad que no cae en redes invisibles de arañas destinadas a trenzar para siempre, sin preguntarse siquiera el motivo de su existencia. Porque los hilos, también pueden convertirse en nudos, nos pueden atar y terminar ahogándonos. Por eso, aunque a veces nos encontremos en medio de un espinoso enredo, tenemos que gozar de un hilo conductor con el que urdir cada una de nuestras opiniones y poder trazar mapas alternativos que nos lleven a lugares que sean puentes hacia el entendimiento. Como cuando éramos pequeños y aquel cable mágico nos permitía entendernos con tan solo dos vasos de plástico, incluso estando lejos.
Texto publicado en el diario Huelva Información el 8 de julio del 2020.