Colaboraciones

Vidas a la deriva

«¿Dónde está mi bebé? ¡Ayudadme! ¡He perdido a mi bebé!». Una mujer se desgañitaba mientras su cuerpo se retorcía de dolor en medio de un navío. Su desesperación estremece, hiela y desgarra.

Segundos después, cogió fuerzas para asomarse al costado de la embarcación. Buscaba a su pequeño de seis meses. Lo había perdido en un mar desmedido, el mismo que casi acaba también con su vida. Con este vídeo, Open Arms nos tambaleó y nos abrió las cuencas con una bofetada realista. Aquella madre decidió subir a la lancha con su niño Joseph. Venían desde Guinea y seguramente la desesperación fue lo que la empujó a emprender esta travesía suicida para buscar así una oportunidad más halagüeña para ambos. Lo hizo sin que nadie la esperara en la otra orilla, sin seguridad, sin ninguna protección. Prefirió el riesgo antes que lo que tenía. Como ella, miles de personas huyen cada día de la violencia, la guerra, la persecución, la religión o la política. El equipo de voluntarios de Open Arms ha salvado en estos últimos días a 274 personas de diferentes embarcaciones. A bordo yacían los vivos, pero también aquellos que no llegaron a tierra por su propio pie. La Organización Internacional para las Migraciones estima que al menos 527 personas han perdido la vida en el Mediterráneo intentando alcanzar las costas del sur de Europa. ¡Biiip! ¡Biiip! Otro vídeo. Esta vez es de un niño llamado Bangaly. Pregunta con ternura dónde está su madre para, poco después, descubrir que su aliento salvador yace en el agua inánime. Otra familia más arrasada por el desamparo y el dolor de una crisis migratoria mal gestionada. El Mediterráneo, «la fosa común más grande del mundo», advierte el periodista Roberto Saviano.

La migración es un fenómeno atávico e inherente al ser humano, sin embargo ahora estamos inmersos en una crisis que pone en peligro la vida de aquellos que deciden cruzar el mar para continuar. En este vaivén, parece que el océano es aquel que mece los sueños de aquellos que aspiran una vida en paz, pero es también aquel que acaba de un plumazo con lo más valioso. Las aguas son el vehículo, pero es la política, aquella que nos hace cómplices, la que permite que dicha barbarie ominosa siga ocurriendo. Ante la parquedad de respuestas, Europa necesita una solución humanitaria ineludible que garantice seguridad y frene, de una vez, esta catástrofe execrable. Ojalá nos armemos de una comprensión libre de prejuicios. Ojalá utilicemos la empatía y entendamos que esto depende de una lotería enmarañada por la suerte o la desdicha de nacer en una u otra parte del océano. Esto no va de detener la migración, pero sí de acompañar, entender y asegurar la vida de aquellos que deciden no mirar atrás para seguir respirando.

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