¿En qué lugar del mundo vivirías si tuvieras la potestad entre los dedos de tu mano? A mí, de primeras, me encantaría vivir en un sitio acorde con aquello que reconozco como justo. Un ‘buenos días’ en la escalera, un ‘gracias’ cuando no hay porqué, los pájaros sin jaulas, los zoológicos en libertad, el silencio decidido, la igualdad sin color, el amor sin complejos, la amistad sin intereses, el consumo lento, el campo verde, los mares sin plástico, nuestro paso limpio y sereno. Un lugar libre de tóxicos, personales, ambientales y nutritivos. Una sociedad consciente y no borrega. Una política bondadosa y sosegada. Me gustaría vivir en una tierra que respira agradecida por nuestro devenir.
Hace ya casi 4 años que viajé a Perú. A mi vuelta, -que no suene a tópico- veía las cosas de otra manera. Aquellas personas de piel bronceada por la tierra trabajada, me enseñaron mucho más que su forma de vivir. Me hablaron de respeto, sin tan si quiera pronunciarlo. Me hablaron de amor con las manos. Me contaron quién era aquella dichosa mujer llamada Pachamama que todos nombraban y que tanto veneraban. Recuerdo que, atosigada por el cansancio de aquellos días, me vino un dolor de cabeza terrible que no me dejaba disfrutar de aquello que la sencillez me regalaba. Cuando llegué a la casita fabricada con barro y tierra, le conté lo que me pasaba a la mujer que me hospedaba. De repente, se levantó, cogió unas hierbas que tenía guardadas en el cajón de los cubiertos y comenzó a hervir agua. Minutos después, tenía entre mis manos una taza de barro que me calentaba las manos y las ideas. Esa noche dormí tranquila. El dolor había menguado, era casi inexistente y ya, aquella fuerza todopoderosa que estrujaba mis hilos, había cesado. -El poder de la naturaleza. El conocimiento de nuestra tierra- pensé.
A la vuelta de aquel maravilloso país de gentes, fui con mi mamá a la playa. Os contaré algo que hizo mella en mí. Algo que había dicho siempre y en lo que nunca había reparado. Y es que en ese paseo vimos cientos de basuras, el camino de madera estaba plagado de bolsas de patatas, latas y papel espacial. Ella, soltó un – ay que ver, no puede ser que no cuidemos lo que es nuestro- y yo no dije nada, me limité a negar con la cabeza y a fomentar mi parte más nihilista. Ya por la tarde, reflexioné a cerca de aquella frase que había dicho mi madre sin ninguna maldad: ‘no cuidamos lo que es nuestro’ y yo pensé – ¿pero qué es nuestro?- Esa noche comprendí que mi madre estaba equivocada. Y yo también. Porque la naturaleza no nos pertenece. En todo caso tiene ella la potestad sobre nosotros. ¿O no han visto las catástrofes que han arrasado las costas de nuestro país? ¿No han visto aquellas declaraciones del alcalde de Bellreguard, un pueblo de Valencia, que decía, que no pensaban reconstruir aquello que el mar y la lluvia habían decidido tomarse en propiedad? Gloria la han llamado. Qué nombre tan acertado. Pero somos nosotros los que hemos decido ponerle ese nombre junto a los apellidos: Cambio Climático. Quizás hemos enfado a Gloria con nuestros gritos y nuestras pataletas. Porque quizás no sepamos convivir sin ruido. Y tampoco sin daño. El susodicho alcalde, con toda la razón, pensaba que reconstruir el paseo sería malgastar dinero ya que según declaraciones “se prevé que estos episodios serán cada vez más habituales”.
Ahora pienso en cada una de las opciones que estamos creando, también nosotros, para parchear e intentar sanar lo dañado. Asociaciones, movimientos, ideologías, marcas de ropa, de merchandising de todo tipo, que se lucran con un motivo más que razonable: intentar revertir nuestros actos y hacernos mucho más conscientes y sostenibles. Apoyo cada una de ellas, -de hecho he pensado en crear la mía propia-, ya que todas tienen el mismo denominador común. Después pienso en quién se lleva ahora el saldo restante, quién, al fin y al cabo, se beneficia en el incendio. Marcas que encarecen lo esencial, lo antiguo, lo mundano. ¿Dónde ponemos la línea entre el consumo justo, responsable y no dañino con el medio ambiente y, lo que debería ser así, porque está en nuestras raíces? No nos hemos inventado nada, de hecho volvemos a lo antiguo. Creo que la respuesta está en lo que cada uno piense que es justo. Porque un comercio que promulgue, por debajo de la mesa camilla, valores en contra de la infancia y después lo venda a precio de chiste, no, no es una opción posible. Pero al fin y al cabo, es la fácil, ¿no? Firmemente creo, que dentro de la filosofía que todos y todas deberíamos tener, hay personas y marcas que nacen con un claro marketing, más allá, de la concienciación. Esto, afirma mi esperanza por el ser humano de crear sin parar, miles de opciones, más creativas y atractivas. Y sin lugar a dudas, por ahí debe ir el camino. Fomentando el producto hecho por manos conscientes, con sueldo digno, con productos naturales, que no dañen el medio ambiente y que beneficien nuestra salud.
En mi ciudad, Huelva, existe una asociación que se llama Traperos de Emaus. Son una entidad de economía social, dedicada a la reutilización, el reciclaje y la educación ambiental. También en su web, hablan de un concepto muy interesante: la economía circular. Esto, sería una economía en la que «el valor de los productos y materiales se mantiene durante el mayor tiempo posible; los residuos y el uso de recursos se reducen al mínimo, y los recursos se conservan dentro de la economía cuando un producto ha llegado al final de su vida útil, con el fin de volverlos a utilizar repetidamente y seguir creando valor”. Tuve la oportunidad de hablar con uno de sus trabajadores, y sin ninguna duda, es una opción a tener en cuenta a la hora de pensar en cambiar un mueble, hacer una mudanza o deshacerte de aquello que crees que es ‘basura’ sin más. Apuestan por una economía sostenible, donde el residuo sea cero y donde no se vierta más de aquello que ya tenemos creado.
A la vuelta de mi visita, con curiosidad, y después de todo lo hablado, me pasé por las balsas de fosfoyesos que tenemos en mi ciudad. Ese día el aire estaba gris, hacía bruma y había muchas nubes. Casi parecía que las fábricas se aprovechaban de tales circunstancias para echar aún más humo. En ese camino, me obsesioné con mi respiración, y empecé a imaginar pequeños monstruos que entraban por mi garganta con ganas de hacerme daño. Pensaba en lo hablado minutos antes, todo eso acerca del medio ambiente y la sostenibilidad del planeta. Pensé en cómo, cada uno de nosotros, hacemos de este mundo un lugar más habitable con nuestras acciones: que si cepillos de bambú en vez de plástico, que si bolsas de tela con lo fácil que es que te la den en el súper, que si hilo dental en vez de arcos, que si copa menstrual en vez de un tampón. Pero después me di cuenta, que el sistema macro, ese que está dispuesto y hecho solo por unos pocos, no acompañaba a mi modo de vivir, a mis pequeños cambios y compromisos para hacer que el planeta sea más sostenible. Y así fue, como la parte más negativa de mí misma pensó: ¿entonces, para qué todo esto?
Esto, en particular, es un llanto hacia mi ciudad. Hacia mi país. Hacia el compromiso, hacia la lealtad de aquellos que sí tienen la decisión al alcance de sus dedos. Yo, desde mi rincón, haré lo posible para intentar no cansarme por creer en un mundo verde y responsable para los que vengan. Me gustaría ver en todos nosotros, micros y macros, un compromiso social y medioambiental realista. Deseo, con fuerza sobre humana, poder darme golpes de pecho y sentirme orgullosa por las decisiones que mi país toma a favor de un progreso medioambiental realista.
Porque estoy segura de que existe otro modo de vivir. Y no, no creo que éste sea el correcto.
4 Comments
Mónika
En qué lugar me gustaría vivir??? No tengo que pensar mucho, Peña. Seríamos vecinas, seguro, coincidiendo en todos y cada uno de los detalles que has descrito de ese utópico lugar, al menos, en la sociedad y sistema que vivimos…, ?
Me ha encantado tu relato… Cómo me ha atrapado desde el inicio con esa sutil invitación a llevarnos a ese paraíso; cómo te has desplazado a la calidez de un pueblo noble que sigue en contacto con la Madre Tierra, a la que respeta, como respeta a sus conciudadanos…; cómo te han surgido esas preguntas que me surgen a diario, a la mínima que paro; y cómo me has ido llevando, de la mano, sin brusquedad, a la realidad de la Huelva que habitamos con la nada metafórica -porque es así, tal cual-, imagen de esas bacterias que entraban a tu cuerpo en cada inspiración…
Pero no hay que tirar la toalla, Peña. Somo muchos en el mismo sueño, y tratando de irlo llevando a cabo, pero muchos, muchos, muchos que, aún dispersos, ahí estamos. Y traemos brisa y aire fresco, y seremos tempestad acarreando tormenta, no como la dañina Gloria, pero sí como la GLORIA que merece la Tierra, ?…
Gracias por alegrarme el día haciéndome más consciente de que no somos ilusos aislados.
Peña Monje
Hola Mónika, lo primero, gracias a ti por tu mensaje, tú también me has alegrado el día con él. Cada día vemos cómo la vida sigue su curso, día tras día, algunos no se preguntan, otros, como tú, nos preguntamos hacia dónde vamos y sobre todo, cómo lo estamos haciendo. Tenemos que cuidarnos mucho.
Gracias de nuevo por tu mensaje y te espero en el descansillo del portal para darte un gran abrazo.
Andrés Álvarez Álvarez
Totalmente de acuerdo con tu reflexión. Ojalá haya mucha gente joven q compartan tu planteamiento
Peña Monje
Muchas gracias por tu comentario!Y ojalá que todos sumemos en positivo.