Abrí la ventana y allí estaba ella asomada, mirando cómo caminaba la soledad fuera de sus paredes. El viento saludaba a sus cabellos, la mecía para hacerle sentir viva de nuevo. Presente.
— Hola, ¿qué tal? ¿Cómo lo está llevando?— Me atreví tímida a preguntar.
—Bien hija, lo mejor que se puede— me sonrió mi vecina—. Mi hijo me acaba de traer comida, la ha dejado detrás de la puerta. Le he abrazado con la voz.
En medio de esta crisis, hay muchas personas que están solas. Para muchas de ellas, el salir de casa era el momento del día en el que se sentían vivas y útiles. Iban a la plaza a comprar pescado, a buscar el periódico local del día, a llevar a sus nietos al cole, a desayunar tostada y café o a hacer su voluntariado. Algunas están viudas, otras separadas, muchas de ellas tienen hijos, que no pueden acompañarlos en estos momentos por prevención y responsabilidad. Hay muchas personas mayores que sufren mucho más la soledad, porque no conocen las plataformas de entretenimiento, ni los directos de Instagram con clases online, ni YouTube, Netflix o HBO.
Hagámoslo más fácil. Acompañémoslos, preguntémosles cómo ha ido el día, qué han hecho de comer o con quién han hablado hoy. Creo que no es tiempo de vergüenza ni de timidez. Es tiempo de pensar y no olvidarnos de los demás. Es tiempo de cuestionarnos, de aprender a valorar el tiempo, la salud, la compañía, los momentos, los besos -sin distancia de seguridad-. Es tiempo de mirar desde la ventana, de salir al encuentro, de charlar de balcón en balcón y, no olvidarnos de que hay alguien detrás de la cortina.
—Hasta mañana— logré decir.
—Hasta mañana vecina— se despidió.