Abro el frigorífico y allí está: caduco, mohíno, casi descompuesto. Un alimento que ha terminado con su consumo preferente y que yo, falta de reloj, oportunidad o conocimiento, no he sabido aprovechar para no tirarlo a la basura.
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Luces y sombras
El viernes por la tarde, ya entre sombras, salí de casa después de terminar unos escritos. Me había dado poca luz aquel día y necesitaba un hálito de aire fresco.
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Este virus sigue sin vacuna
Toque de queda. Las puertas se cierran. Dentro de estas paredes queda todo: mi hogar, mi fervor, mi alimento. Advierto un ruido. Intuyo gritos, leves golpes que se mezclan con la barahúnda del edificio. Quizás de puertas para adentro, en vez de reposo, otras reciban incuria e infierno.
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Vidas a la deriva
«¿Dónde está mi bebé? ¡Ayudadme! ¡He perdido a mi bebé!». Una mujer se desgañitaba mientras su cuerpo se retorcía de dolor en medio de un navío. Su desesperación estremece, hiela y desgarra.
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Reciclémonos
Cada sábado me equipo con bolsas de tela para ir al mercado. Me paseo por cada puesto, mirando la fruta, saboreando la tierra que la sustentó y las innumerables manos que la transportaron. Algunos me reconocen y saludan, fruto de la cordialidad que, semana tras semana, se teje entre nosotros.
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Mujica para la vida
Recuerdo que hace un par de años recibí una llamada de un número desconocido. Una voz con tintes robóticos me explicó la ventaja de cambiar de aparato por tan solo unos euros más al mes. Fascinada, continué asintiendo a las promesas que me entonaba aquella voz enlatada. Poco después de colgar, satisfecha por mi hito, me di cuenta de que algo fallaba si quería más, teniendo ya. Si necesitaba más, cuando lo que atesoraba funcionaba sin pretextos.
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Centinelas de las palabras
Aún recuerdo cuando me adentré por primera vez en una biblioteca. Me sentí abrumada por todos los títulos que me rodeaban. Fue entonces cuando la bibliotecaria me preguntó por mis gustos. En ese momento comencé a observar el arcoíris de hojas tonales que se abría delante de mis ojos. Un abanico de posibilidades infinitas que me daba la oportunidad de poder calmar mi afán de viajar, descubrir y vivir nuevas aventuras.
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Las que mueven el mundo
Dentro de un ambiente bucólico, tres mujeres agazapadas aparecen en una escena cetrina. Las pintó Jean-François Millet en la Francia de 1857. Con Las espigadoras, el pintor quiso reflejar a las mujeres pobres que, una vez realizada la cosecha, recogían las sobras de la colecta diaria. Contaban con pocas horas antes de que el sol arrojara sus últimos incentivos para recolectar las migajas de trigo olvidadas. Un trabajo rudimentario para el cual usaban un único aparejo formado por diez hábiles dedos.
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Mentalízate
Una pareja discutía justo en frente de mi portal. Mientras me acercaba, oía cómo la contienda se iba desarrollando. —No hagas como si no pasara nada, aclárate de una vez, no seas una triste —decía la más espídica. A la otra, casi paralizada, le costaba articular palabra. —No soy triste, pero sí siento tristeza. No sé cómo explicarlo. Bueno, da igual, no pasa nada. Estoy bien, déjalo —consiguió decir mientras se zafaba del atolladero. Sin esperarlo, su compañera le propinó un embate. —Eres una bipolar, estás loca —sentenció irreflexiva. La muchacha, aterida, vio como se marchaba su compañera mientras sus ojos ahogados no la dejaron respirar con fluidez.
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Sinónimo de vida
Después de una comida copiosa las papilas necesitan un elixir refrescante para calmar sus sofocos. Llegué sedienta, acalorada por el sol callejero que rabiaba impávido por las venas de la ciudad. Necesitaba beber, refrescarme y lavarme las manos urgentemente.