Después de una comida copiosa las papilas necesitan un elixir refrescante para calmar sus sofocos. Llegué sedienta, acalorada por el sol callejero que rabiaba impávido por las venas de la ciudad. Necesitaba beber, refrescarme y lavarme las manos urgentemente.
Y así hice. Me desinfecté, abrí el grifo y el agua cayó con facilidad. Salió a chorros, con borbotones blanquecinos que poco a poco se convirtieron en incoloros, mientras decaía la presión. Cogí jabón y froté embullada en mi propia pulcritud. Refregué con insistencia, imaginándome que los soldados víricos caían, exánimes, hacia el drenaje. Una vez higienizada, cogí el vaso más ancho de la estantería, lo llené de agua fresca y alivié mi tórrido desazón.
Recordé que Perú se llena de fiestas en agosto por ser el mes de la Pachamama. En Ayacucho, ciudad andina, se celebra el Yarqa Aspiy, una festividad que se originó en la época de los incas con la finalidad de limpiar las acequias y los canales de ramas y rocas de todo el año y que así, el agua pueda correr sin impedimentos y llevar la vida de sus gotas hasta la tierra, los animales y sus vecinos. Consiste en un trabajo grupal de limpiado cuya finalidad refleja cuán importante es mantener el flujo del néctar incoloro. Los sonidos de arpas, trompetas y violines adornaban la escena mientras que los autóctonos bailaban regocijándose en el paroxismo del júbilo y la emoción compartida. De sus bocas salían gritos, aullidos y rugidos guasones. Con ellos, estas personas dejaban su ser para transformarse en el contoneo de la laguna, en el acezante balanceo del agua o en el zigzag de un serpenteante riachuelo. Una fiesta de disfraces anímica y oriunda. Un homenaje genuino a las raíces. Una jarana desmedida que celebra la importancia de que el néctar crucial, insípido e inodoro llegue con el mayor caudal posible y sature de vida la diversidad de su pueblo. Para ellas, las personas originarias, campesinas, agricultoras, las que crían la chacra, el agua forma parte de su ser y de su cultura.
Según la ONU, 2200 millones de personas viven sin acceso al agua potable. Casi tres mil millones de personas en el mundo no tienen cómo lavarse las manos contra el virus acechante. Y sin irnos lejos, podemos adentramos entre plásticos, palés e insalubres viviendas que aseguran una crisis hídrica y homicida para miles de personas.
Y de nuevo volví allí, a las latitudes andinas y en la quietud del fin de fiesta, me acerqué a un poblador de la zona. Sin ambages, le pregunté por qué seguían celebrando ese festejo aparentemente pretérito. —¿Y tú no celebras el cumpleaños de tu mejor amiga cada año?—me preguntó con timidez. —¿Cómo no festejarlo? ¿Cómo no cuidarla? Ella es sinónimo de vida —sentenció.
Columna publicada en Huelva Información el 7 de octubre de 2020.