Cerré la maleta, un equipaje escueto y tímido que escondía pares de ropas solitarias dispuestas a dejarse llevar por un deleite ignoto. Me esperaban días bañados por el sol de septiembre, donde la calma copaba cada respiro, la arena se entrometía en cada escondrijo, el mapa se aburría gracias a lo conocido y el pulso de la tierra bombeaba a una Doñana anhelante por renacer.
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No está mal para ser mujer
Sé una señorita». «Cruza las piernas, no seas machorra». «Menudo carácter». «¿Qué pasa, tienes la regla?». «Las niñas maduran antes». «Los videojuegos son de chicos». «El fútbol es de niños». «¿Qué te has puesto?». «Ese pintalabios es de puta». «¿Por qué hablaste con él si no querías nada?». «Te voy a hacer mujer».
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Los nadies
Trabajé durante toda la tarde. Estaba exhausta pero antes de que el día acabara quería sentir el relente de las calles nocturnas. Abstraída en mis cálculos verbales, percibí que algo sobresalía por el pórtico vecino. Era un cuerpo tumbado de cara a la pared. Sin avisar se dio la vuelta.
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Una vacuna contra la barbarie
El paisaje despoblado rodea toda la escena. Los colores son fríos, aunque resaltan brochas tímidas de grises y marrones. En el centro veo como dos hombres luchan con vehemencia. Sus piernas están enterradas hasta las rodillas impidiéndoles el movimiento. Parece que están atrapados dentro de su propia barbarie.
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Un valor ecológico incalculable
La luz entraba a borbotones por las laderas serpenteantes. Eucaliptos y encinares bailaban al son de la mañana con sus cabelleras calentadas por el sol. El reloj arrullador de las palomas animaba el canto venturoso de los zorzales. Ambos componían con ingenuidad la sinfonía de aquel fatídico día.
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La llave maestra
Aún recuerdo el flamante nerviosismo que se apoderaba de mí los días previos a la entrada del colegio. Llegado septiembre, mis rizos comenzaban a revolotear las papelerías en una búsqueda venturosa de cuadernos, bolígrafos y agendas con las que llenar de dedicatorias aquel año.
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Consuma responsabilidad
Recuerdo que cuando era pequeña la tarta de cumpleaños la comprábamos en la pastelería de mi barrio. En la tienda chica buscábamos las golosinas y, cuando caía la tarde, corríamos en cuadrilla al kiosco de la plaza a por un cartucho de patatas fritas.
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Frente al espejo
Es difícil despojarnos de lo que nos sobra. Quitarnos cada capa, quedarnos desnudas, reconocernos frente al espejo y aceptar lo que somos sin filtro ni cartón.